por Ulises Revilla López
fotos de Daniela Bretón
Recientemente
viajé con “To Na” de Rumbo Nómada y Aida Mulato de Jóvenes Artesanos a San
Pablito Pahuatlán, uno de los pueblos hñahñü enclavados en la sierra norte de
Puebla, territorio del totonacapan… sí, allá por donde las nubes pueden tocarse,
en ese “Lugar de frutos” en el que fuimos recibidos como si nos conocieran de
antaño. Fui a observar la forma en que se elabora el papel amate (amatl en náhuatl, y no tuve cuidado en
preguntar como se pronuncia en lengua hñahñü; buen pretexto para regresar).
Toc, toc, toc, toc, TOC se escucha por muchas de sus calles empinadas, arriba
de las hermosas escaleras, cerquita del manantial, abajo del aguacate y del
guayabo, de la colorida bugambilia, de
los charcos de agua con lodo que Emiliana no duda en meterse para transformar
sus botas rosas en negras, en todos esos lugares se escucha el golpeteo seco:
toc, toc, toc, TOC
Tres
sonidos se escuchan al unísono: el golpeteo de las piedras sobre las fibras, la
caída del agua y el correr del río; todos arman un concierto inigualable. Son
los golpes de las piedras usadas para aplanar las fibras del jonote rojo y el
jonote blanco; y el agua que las alimenta para volverse arte… en esta visita se
escuchó la jarana, no la mía esta vez no fui como músico, es la jarana de “To Na”
si hubiera tenido cuatro manos y cuatro hombros hubiera podido acompañarlo con
el pum, pum, tumpa pum de la guitarra grande, la leona… buen pretexto para
regresar.
Toc,
toc, toc, TOC se escucha por todos lados; mujeres, niños, niñas, hombres,
turistas conscientes, jóvenes artesanos engrandecen ese concierto percusivo
para elaborar una obra maestra, una obra de arte que jamás será idéntica una de
otra, tal vez no lo parece, pero el papel amate está lleno de música, sabores,
colores y agua. Música de la percusión, del golpeteo sobre la mesa, sabores del
“veeti” (platillo tradicional a base
de un jengibre local, acompañado de tortillas y salsa… no quiero decir quien
devoró ese manjar de sabores y olores, hasta me robó mis tortillas, mi plato de
salsa y pidió otra ración, solo diré que su nombre empieza con “A” y termina
con “ida”).
II
Mientras
los turistas conscientes hacen su papel amate “To Na”, Aida, Dany Breton y yo
decidimos ir “por ahí” a invitación de Aida a conocer las escaleras, el pueblo
y lo que se nos cruzara. Experiencia que nos llevó a escuchar el concierto
percusivo durante toda la caminata, nuestras guías: tres artesanas niñas. Esas
niñas acaloradas por la caminata y que de regreso corrieron al manantial de las
cruces a beber agua, el Dios del Infierno estaba muy presente, nos los hizo
saber con tan abrazador calor, nada que el Dios de los tamarindos, el maíz…
toc, toc, toc, TOC… de los mangos, del monte… DE LA VIDA no pudieran
complementar para vivir una experiencia única.
III
A la
mesa de los turistas conscientes llegan guayabas y ciruelas, al momento de la
llegada manjinicuiles. Dulces sabores que dan pretexto para regresar.
IV
Las
sonrisas y el orgullo por esta tradición, del único pueblo hñahñü que tiene
esta hermosa tradición en la sierra poblana, nos recibieron en la bicicleta de
Efraín, don Ciro no paraba de contarnos historias y el origen de textiles, la
deliciosa comida de doña Guadalupe, que no habla español pero lo entiende tan
bien que se sonreía a muchas cosas que se hablaban nos hicieron sentir
verdaderos amigos. Doña Guadalupe, es la capitana que fue a supervisar,
mientras estaba el delicioso “veeti” que los alumnos estuvieran aprendiendo
bien, su mirada y supervisión habló muy bien del to, toc, toc TOC. De la
satisfacción del taller en San Pablito.
V
Cada
vez que alguien aprende a hacer algún tipo de arte popular, cualesquiera que
sea, se hace consciente del trabajo que conlleva, que no hay que regatear, que
en ese “simple” producto que parece salido de una máquina, no hay mas que
manos, familias, comunidades y artesanos que buscan sobrevivir preservando sus
tradiciones. Ellos no cobran por lo que hacen, cobran por lo que saben y saben
que el conocimiento milenario no es un regalo, es trabajo que debemos pagar con
la satisfacción del tiempo y conocimiento que tienen; así como los caballitos
de don Bonifacio Abraham, artesano de madera de la misma comunidad, acompañado
de su nieta, que buscan conseguir el alimento de cada día con arte popular
hecho a mano, que en nuestro país es muy barato y en el extranjero se comercia
hasta cinco o diez veces más al valor adquirido sin ni siquiera conocer el
nombre de quién lo hizo.
VI
La
camioneta de Rumbo Nómada me deja y yo aquí comprando tortillas, espérenme…
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